Hijos de sol en la piel a la hora del café, una gota de miel en el mantel y de fondo
un clásico de Héctor lavoe. Yo sonreía a tus hijos de sol,
vos le hacías muecas a la florcilla de mi cabello…
todo fluía como tronco río abajo, hasta que dijiste vuelvo a Alemania mañana… En ese instante
el tren de la impotencia cuesta abajo y en lugar de la mínima esperanza que lo detuviera,
de uno de sus vagones saltó una melancolía qué resecaba mis sístoles y mis diástoles.
Esta semilla de una aventura a la hora del café germinó a punta de susurros en tus hijos de sol…
pronto pasó a ser la semilla del adiós sembrada entre pecho y espalda, abonada con la realidad
de un avión que sale mañana. ¡Ojalá mañana no seamos extraños! (Pensé por dentro.)
Al otro día los abrazos más tristes que jamás haya experimentado
cualquier viajero cuando el reloj marca la hora de volver a casa;
¿y como no iban a ser tristes?, sí en tres días
no quedó nada de qué hablar, nada qué besar, ni de qué reír,
¡nos dimos y nos enseñamos todo!
entre eso la realidad de un charco de agua
que nos separa, la aventura del mejor abril de todos qué se cerraba en el momento
qué con la derecha yo decía adiós a tu avión y con la izquierda escribía esta aventura de abril
en uno de los jardines de este banco de adioses y hasta siempres mal llamado aeropuerto.
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